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Ejercicio 6: La fragancia de un viaje a la culpa.

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 -Me llamo Alejandro Solis y escribo esto para que quede constancia de la verdad que nadie quiere creerme; el hombre que maté sigue vivo, y quiere matarme.

-Para ser claro yo no lo maté de forma directa, pero igual lo causé. Todo empezó hace 4 o 2 meses más o menos, yo trabajaba en el turno nocturno de una farmacia 24/7, cuando solo quedaban drogadictos y malandros por las calles que justo se reunían en la esquina de enfrente a hacer sus cosas. No se metían con la farmacia por la buena relación entre el dueño y ellos, como sea nuestra farmacia ofrecía el servicio adicional de vender drogas sin prescripción médica ¿me explico? A las 7:48 estaba en mi turno jugando en mi teléfono roto que lastimaba al tacto, cuando el chico del turno de día llamó, Armando era un mexicano homosexual adicto a la palabra perra, o zorra si se da el caso.

Me pidió de favor si podíamos intercambiar turnos al día siguiente porque tenía una situación importante, este favor sería un insulto para cualquier otro por el cansancio que involucra hacer 2 turnos seguidos sin dormir, sin embargo, yo no tengo algo aparte que hacer además no eran días de iglesia y no tenía responsabilidades, él sabía eso, entonces acepté «¡Gracias eres el mejor, perra!» me respondió y seguí jugando. A las 12 pm. se descargó mi celular y antes de poder conectarlo sonó la campanita que anunciaba la llegada de alguien a la farmacia, levanté la mirada extrañado de que alguien llegase a esta hora (siendo lo de 24/7 no más que un truco publicitario, claro) cuando vi quien era no lo había distinguido bien, pero ya que pasó el tiempo sé de quién se trata; era mi futura peor pesadilla.

Él era la representación exacta de lo que cualquier persona se le vendría a la mente si piensan en un “turco millonario” medio alto, moreno, barba pronunciada y gruesa, cejas bien pobladas y pesadas, ojos escondidos tras gafas de sol (era de noche así que quizás eran de luna), escotado enseñando su fornido pecho cubierto de cadenas con varios mensajes y símbolos, recuerdo que alcance a ver a sus espaldas un mercedes gris de dos asientos, ambos estaban vacíos. Lo primero que dijo fue «Hola buenas noches ¿Cómo estás?» lo raro no fue que me haya preguntado que como estoy, sino que haya hecho una pausa para esperar que yo responda «Ah, si bien, gracias ¿en que lo puedo ayudar amigo?»  «Puedes llamarme Jassel ¿Qué hay de ti como puedo llamarte yo?» yo tarde un poco en responderle, no me esperaba tal interés en mi «Soy, soy Alejandro» él se quitó los anteojos y me dijo «Perfecto, sabes Alejandro, necesito algo de ti» «Claro dígame, que necesita» decía yo metiéndome en la computadora para buscar los productos «Bueno Alejandro, no te deseo engañar, no es que lo necesite, por lo tanto, no poseo una receta médica para este, eh…  medicamento» decía él con una voz pausada, suave y un tono casi dulce. Yo lo miré con incredulidad, aunque ya sabía por dónde y para donde iba él con todo ese palabrerío, desde ese momento yo ya había tomado la decisión de vender ilegalmente la droga que iba a pedir sin importar de cual se tratase, no era la primera vez.

Me enseñó desde su teléfono la droga que quería era un tipo de fármaco especial para pacientes en estado terminal, por eso va con prescripción, con tal que falsifiqué una, fui a buscar las pastillas en el segundo piso en un estante alto frente a un ventanal y le vendí unas 7 pastillas.

«Oh muchas gracias Alejandro» decia él «Salvaste mi noche» se tomó dos frente a mí y estiró el brazo hacia mí con el puño cerrado, yo creí que era una despedida y lo choqué con mí puño «¡Toma!» dijo agitando la mano, entonces entendí y recibí su “regalo de gratitud” «Un obsequio por los inconvenientes» entonces se fue hacia su mercedes haciendo gemidos de placer por el efecto de las pastillas. Luego de eso yo guardé las pastillas en su frasco y subí al segundo piso a ponerlas en su lugar. Quedé algo incómodo y con la mente bastante perturbada luego de ese suceso fuera de lo ordinario, así que cerré la farmacia de 24/7 por primera vez y me fui a casa que quedaba a dos cuadras de la farmacia.

Unas 6 horas después de no dormir nada regrese a la farmacia para abrirla y que mis jefes no se percatasen de la irregularidad. El primer cliente fue un oficial de transito que compró un blíster de 500 g de paracetamol «¡Que bárbaro!» dijo el oficial secándose el sudor de su frente llena de sudor frio, yo le traje un vaso de agua para que tomase las pastillas «¿Sucede algo?» pregunté «La gente, eso es lo que sucede la bendita gente. Son lo más irresponsable que creo papito Dios y aún con eso los dejó a cargó del resto de lo que creó» yo lo miré sin entender a que se refería y él explicó «Nada, lo que pasó fue que un ricachón, enratonado me imagino, chocó cerca de una construcción y una viga atravesó la ventana del coche y se la comió toda, el niño rico. De lo más feo que he visto en mis años de servicio» Con estos datos comencé a sospechar la más lógica conclusión de todos modos, por si las dudas, pregunté qué auto era el que chocó «Inconfundible, un Mercedes Benz SLS gris, una tragedia, más por el carro que por el pendejo que lo chocó. Bueno nos vemos flaco»

Yo estaba conmocionado, la palidez conquistó mi cuerpo y mi mente también que quedó en blanco, mi garganta se anudó, el oficial se fue con sus tabletas y yo me tuve que sentar para no desmayarme. “Bueno tal vez no fue mi culpa” pensé “Si hice algo ilegal, pero… ¿Fue mi culpa? O sea, el murió por haber consumido esas pastillas, pero yo no lo obligue” entonces empecé a temblar un poco (especialmente por los dedos) “Tenía una vida por delante y así solo se esfumó… No… yo se la quité” Pasó el día y a la 1 pm llego mi compañero «Oye perra ¿Estas bien?» dijo él «Pareces albino con la cara así, ¿fue demasiado el favor que te pedí verdad? Ay perdón esta es la última vez te lo juro por el meñique lo que paso fue que» «Tranquilo, no es nada solo quería saber si me harías un favor» «Por ti lo que sea perra ¿Qué quieres?» «Me dejarías subir y quedarme un rato allá arriba» le dije con la mirada perdida en un punto aleatorio «Ah, mmm, si claro yo supongo que no quieres que pregunté» «No… y muchas gracias». Subí y en el estante frente al ventanal busqué las pastillas que había guardado la noche anterior. Me tomé ambas pastillas que ya estaban pagas por Jassel, esa fue la primera vez que me drogué con algo tan fuerte bajo la lógica de que seguramente los sicarios o narcotraficantes que arruinan tantas vidas con la venta de drogas ahogan su culpa drogándose.

Me las tomé a lo seco sin un vaso de agua ni nada, me senté en el suelo alejado del ventanal para evitar accidentes y pasaron varios minutos hasta que comencé a sentir terribles nauseas donde todo parecía tambalearse, probablemente eso fue lo que causó un terrible dolor en mi estómago, que desencadenó un rebullicio que paseó por mi garganta y salió estrepitosamente inundando todo el suelo hasta los estantes que deberían mantenerse estériles. Que haya vomitado era sumamente extraño ya que no había consumido nada durante por lo menos las últimas 5 horas, en ese momento en lo único que podía pensar era en reparar este desastre y que nadie se entere por alguna razón pensé que había cámaras por lo que intentaba cubrir mi rostro torpemente con mascarillas desechables. Busqué un trapeador y cuando estaba a punto de empezar a limpiar escuché un ruido proveniente de la zona de las escaleras, con ojos paranoicos decidí esconderme detrás de unas cajas de medicamentos que aún no se habían desempacado donde me quede dormido, aunque realmente creo que me desmallé.

Más tarde ese mismo día (calculo que por las 6 pm por el cielo afuera que se estaba poniendo un poco oscuro) noté inmediatamente que ahora estaba arropado con una manta blanca, no tenía mascarillas puestas y el suelo estaba limpio, supongo que se trataba de Armando quien oyó mucho alboroto y al subir me encontró en uno de los estados más deplorables en el que había estado, hasta ese momento. Ya despierto me seque la saliva, noté que el dolor de estómago y las náuseas habían cedido un poco por lo que me quedé ahí sentado llorando de la culpa intercalando progresivamente entre emociones con pensamientos cada vez más violentos «Se lo merecía» murmuré «Seguramente era uno de esos capos internacionales acomplejado con todo y filántropo solo cuando se trate de su familia o prostitutas. Si él no se sentía mal por vender drogas ¿por qué yo sí?» dije subiendo cada vez más el tono hasta que grité sin vergüenza «¡Un verdadero hijo de perra!» dejando al aire mis odios y culpas convirtiendo a Jassel en el odiado y el culpable. Nunca imaginé que, a esa confesión sanadora, respondiese la voz acusada para defenderse. Escuché una voz suave de acento marcado, que a pesar de suave en tono llegó a mis oídos impactando como torrentes estruendosos la voz decía “¡Que decepción! Yo pensé que estaba siendo amable anoche preguntándole a ese patético pendejito ¿Cómo estás?” decía “¡Cuando obviamente me importa un comino si estas jodido, confundido o con ganas de cometer homicidio!” Era él, todo lastimado cojeando con la geta casi desarmada, pero manteniendo su olor, su perfume es inconfundible y mucho menos ahora que se grabó su olor en mi subconsciente seguido siempre de pensamientos abrumadores. Ahora cada vez que llega a mi nariz el nausebundo olor del perfume Dior Sauvege Pacific siento como que estoy cayendo al vacío.

«¡Yo no hice nada maldito acosador!» le grité al hombre que apenas se podía mantener de pie y arrastraba un charco de sangre, él se limitó a incriminarme aún más y llamarme bastardo, con esto yo rompí nuevamente en llanto, Jassel resbalo con su propia sangre entonces yo me levanté y le dí una andadera que estaba por ahí con la que él se pudo sostener mejor. Me agradeció “Oye Alejandro nadie es perfecto, que me hayas intentado matar no quiere decir que estés condenado” «¡Que no te intente matar mierda!» “Okey tranquilo solo no quiero que sientas culpa” él se acercó al estante frente al ventanal y tomó el frasco de pastillas que le vendí “Con que esta es el arma homicida eh, muy sutil nadie te hubiese descubierto nunca” Esas últimas palabras despertaron en mí una reacción probablemente reprimida desde mi infancia yo solo grité como espartano y corrí hacia él y me le eche encima decidido a desatar mi ira en el culpable, lo empujé hacia atrás, pero no me había percatado del fatídico error; derrumbé el estante de las pastillas y caí rompiendo en un millón de pedacitos al ventanal; lo único que recuerdo de ese momento era que él culpable reía mientras caíamos, junto a las pastillas, legales o ilegales, mortales o suaves ellas eran mis verdaderas compañeras en el viaje.

 Luego recuerdo despertar en el hospital en una camilla rodando a quien sabe dónde, entonces mi pesadilla comenzó su tradición recurrente y a mi nariz llegó un olor, un olor intrusivo casi como abusando de mi integridad, poniendo mis entrañas de cabeza, ese olor que me causa náuseas y me desmallé de nuevo.

Irónicamente el universo (digo el universo por miedo a decir Dios) provocó que ahora tuviese que usar un bastón. La policía tomo mi versión de los hechos, intentaron convencer que eso era imposible, que antes del choque Jassel ya había muerto de sobredosis, que lo decía la autopsia, pero por suerte yo dejé de creer en el gobierno hace mucho tiempo. Debo reconocer que por un largo tiempo consideré la opción de que tal vez yo lo había imaginado todo porque estaba drogado, sin embargo, esa opción murió cuando estaba usando mi teléfono roto en mi casa (ahora más roto por la caída) de la nada llamó un numero extraño con códigos numéricos de otro país, yo conteste dudoso y obviamente se trataba de él. Casi podía oler la peste de ese Dior no sé qué cosa. Me dijo que no siga contando la verdad, que estaba arruinando su plan de desaparecer del mapa, que si lo seguía haciendo él iba a terminar conmigo y reincidió “Que te quede claro Alejandro, tú fuiste el culpable de mi accidente” eso ya no me afecto tanto como la primera vez, pues ahora si estaba seguro de que él vivía y ya no tenía que sentir culpa.

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